Ciudadanos Esa posibilidad de potenciar la imaginación personal y exclusiva le otorgó a la radio una magia que la televisión, pese a su poder maravilloso, nunca pudo tener. Cuando era chico, los aparatos de radio eran tan grandes que no parecía descabellado imaginar que las voces que salían por su parlante eran de personas que estaban dentro del artefacto. Mi bisabuelo Rosario Ignacio, a quien pude disfrutar hasta los 7 años, tenía una de esas a las que denominaban “catedral”, aunque a mí me parecía más un confesionario de la iglesia, de tamaño muy similar al original, por lo que en mi primera infancia relacioné mucho a los curas con los locutores.
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